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miércoles, 22 de julio de 2009

vencer la depresion despues de Viajar




Por:



Adriana Balaguer



Subirse a un avión, un micro o un tren con un destino turístico es una forma también de iniciar un camino hacia algún rincón interior. Y si uno está dispuesto resulta una verdadera aventura personal. Basta con calzarse unas botas, ponerse unos auriculares y escuchar a nuestro interprete favorito, cargando además un par de mapas en el bolso, para sentirnos libres y con 20 años menos. ¿Por qué solo podemos experimentar estas sensaciones a kilómetros de nuestras queridas obligaciones? ¿Cómo podemos reproducir estas vivencias en el día a día?
Camila D. sentía que la vida se parecía más a lo que ella esperaba de la vida cuando viajaba. No importaba demasiado si el destino era conocido o novedoso, la sensación era la misma. Curiosa por naturaleza, viajar era conocer otra cultura, otras calles, otra gente, otra gastronomía. Y eso de por sí la fascinaba. Pero lo que más le gustaba era ese permiso que se daba para deambular sin culpa, sin miedo a estar perdiendo el tiempo. Ese desprejuicio que se apoderaba de ella y la convertía en una persona "abierta" a lo nuevo, sin preconceptos, sin miedos.
Como viajar se había vuelto una constante en su vida, ya que se escapaba cada vez que podía, a veces más cerca, otras más lejos, Camila D. ya se había habituado también a las depresiones del regreso. Esos duelos anímicos que se apoderaban de ella ni bien aterrizaba en su rutina. Consiente de este mecanismo que se activaba, con el tiempo llegó, incluso, a redactar una guía de supervivencia para aquellos viajeros empedernidos que no tienen más remedio que volver a su hábitat natural, y no se resignan a perder el estado de encantamiento ganado en esas dos semanitas de placer.
A continuación, algunos de sus consejos:
- Poner en el salvapantallas de la computadora una foto del último viaje porque eso ayuda a pensar en el próximo.
- Invitar a los amigos a degustar las especias, enlatados y demás enseres traídos de esos mercados exóticos que tanto la enloquecen.
- Estrenar la ropa comprada en esas travesías aunque sea de la temporada inversa a la que regresamos.
- Usar boletos de metro, pases de museos, servilletas de bares del destino añorado, como señaladores de libros y agenda.
- Armar un álbum personalizado de fotos de viaje (poner como epígrafe lo que ese lugar nos despertó, el por qué lo congelamos en una imagen).
- No borrar de "favoritos" aquellos sitios web que inspiraron el recorrido, y que seguramente tendrán nuevas propuestas para mantener viva la ilusión del próximo.
¿Qué tiene que tener un viaje para ser perfecto y querer preservar esos recuerdos?

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